La historia de Soñador


Siempre le llamaron Soñador,
porque aquello de Loco solo se lo llamaban a escondidas, cuando la luz del día desaparecía y el mundo se volvía más seguro al abrazo del vulgar hogar.

Pertenecía a ese grupo de seres especiales que nunca miran al suelo,
que orgullosos afirman pertenecer a las estrellas porque su camino solo puede ser trazado en las nubes que coronan el cielo y que se incendian al caer el sol,
escorándose en un rincón diminuto, a la espera de acabar hundidas en la tranquilidad de infinita noche.

Caminaba, siempre solitario,
por calles hostiles en las que las personas volvían la cabeza o cambiaban el paso.
Personas que no se atrevían a cruzar su mirada,
porque el miedo a no entender es una gran infección que vuelve cobardes a los hombres,
inseguros, ante aquello que les parece diferente.

Tan diferente como lo era él,
y esa energía que irradiaba desde lo más profundo de su alma.

Soñador no necesitaba las palabras,
porque la belleza se asomaba a él en cada pequeño detalle.
Las flores, los animales, los colores...
Todo multiplicaba su efecto cuando sus sentidos lo detectaban.

Una risa, el roce de dos manos, las lágrimas... el dolor.

Por eso Soñador decidió hacer las maletas,
porque las risas cada vez sonaban menos y en su lugar,
miles de gritos cargaban el ambiente,
silenciando todo a su paso,
abriendo heridas que tardaban en cerrarse casi tanto como los sollozos que se clavaban en su corazón.

Por eso Soñador inició su camino.
Primero un paso y después otro
hasta que el polvo desvaneció la sombra de los edificios,
y borró de su mente a los vecinos que tanto daño le hacían pero que en el fondo,
apreciaba como si fueran de su familia.

Decidió no mirar atrás,
salir de los caminos principales por miedo a que se cruzaran en su paso
y le hicieran plantearse que lo que hacía estaba mal,
que su vida estaba escrita de esa manera y que nada podría cambiarla,
que su sufrimiento era un peaje autoimpuesto del que no debía escapar.

La noche traía la calma,
y las estrellas.
Grandes y lejanas bolas de fuego que le hipnotizaban y le traían la nostalgia,
de un pasado que le alejaba del recuerdo
de esas cabezas que se giraban para no mirarlo,
de los años en los que nadie le decía nada
y de las dudas sobre si estaba en el lugar donde debería estar.

Solo entonces se permitía el respiro que su cuerpo necesitaba,
la tensión desaparecía de sus hombros y,
sin darse cuenta,
una sonrisa atravesaba la dura carcasa de piedra que rodeaba su rostro.
Extendía la mano hacia el cielo,
soñando con quemarse al alcanzar la atmósfera,
esperando que algo le tocara con dulzura y le invitara a seguir avanzando,
a subir a ese rincón que estaba aguardando su cansada alma,
ese espacio en el que por fin la felicidad sería eterna,
en el que el miedo no tiene cabida
y solo los sueños perturban la noche.

Fueron cientos las personas que salieron a buscar a Soñador.

Se adentraron por caminos que habían acariciado sus pasos,
pero que se empeñaron en esconder sus huellas de los ojos crueles.

Los días fueron pasando y los cientos se convirtieron en decenas,
los caminos se llenaron de otras pisadas que ocultaron su rastro,
y la lluvia evitó que los hombres se acercaran al nuevo hogar que cobijaba su cuerpo.

Soñador nunca fue encontrado,
y como le ocurre a muchas personas especiales su recuerdo se acabó borrando.
Allá donde le giraban el rostro solo quedó la nube negra de la maldad humana,
mientras que de su cuerpo surgió un fuerte árbol que perduró eterno,
a la sombra de la estrella en la que su alma acabó encontrando la felicidad.

Comentarios

  1. Me ha emocionado mucho. Muchas gracias por escribir cosas tan bellas.

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  2. Simplemente bella, eres un gran escritor

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