8 de marzo
Julia no entiende de feminismo.
Nunca ha visto Thelma & Louise, no ha leído a Simone de Beauvoir y si le preguntas por Victoria Kent o Clara Campoamor, lo más seguro es que nunca llegue a imaginar que se dedicaron a la política, y que en sus brazos mecieron el futuro del embrión que estaba por llegar.
Para Julia, la única brecha salarial la marca el precio de la merluza en el mercado, lo que sube la pensión de su marido cada uno de enero y los equilibrios que tiene que hacer para alargar cada euro que acaricia su monedero.
Ella entiende que solo tenga derecho a vivir de lo que él ha ganado. Siempre gracias a él. Él, que sí ha trabajado.
Porque criar a cinco hijos, no es trabajo.
Coser hasta que sangren los dedos, no es trabajo.
Aprender bricolaje, albañilería, fontanería y electricidad, no es trabajo.
Hacer milagros cada día, no es trabajo.
Para Julia, hablar de aborto sigue siendo un pecado, no puede evitar mirar mal a todas las que visten faldas demasiado cortas y, sigue pensando, que pocas cosas hay más feas que escuchar a una mujer insultando, gritando, bebiendo, fumando… o hablando demasiado alto.
Para ella el lesbianismo no es más que una moda pasajera, el matrimonio solo lo es cuando un hombre y una mujer suben en la iglesia al altar, y sigue pensando que una vida completa es la que alcanzas cuando llegas a vieja en tu casa, con un marido, rodeada de hijos y con nietos a los que poder malcriar.
Ya solo sueña con aquello que no pudo estudiar. Todo lo que sus hermanos aprendieron en la escuela mientras ella desarrollaba el arte de hacer milagros, porque en aquellos años las mujeres valían demasiado para pensar, y Dios era el que ponía en sus manos lo que la vida y el dolor las iba a hacer necesitar.
Pero para Julia, en los últimos años algo ha empezado a cambiar.
Entendió que el camino que sus lágrimas habían regado era el que sus nietas empezaban a caminar, que las estadísticas manchadas de sangre tenían nombres y apellidos, y que aquello que hoy solo era una ventana de la que cuelga un delantal, mañana puede ser un nuevo mundo en el que su historia sea un ejemplo con el que aprender y que nadie pueda silenciar.
Por eso Julia el 8 de marzo eligió un pañuelo morado para que cubriera su garganta. Caminó como cada día, pero con los pasos más firmes que otros años, y con la cabeza bien alta elevó al cielo sus gritos silenciosos, que provocaron la sonrisa que quedó para siempre, dibujada en sus labios.



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