Memoria cruel
Siempre me pregunto si me echas de menos,
si caminas por la vida recordando los lugares y momentos que compartimos,
cuando todo era más fácil,
o quizá no,
pero al menos no nos empeñábamos en pensar demasiado,
en sufrir por un futuro muy lejano
que no era más que una gran nube que ocupaba el horizonte.
Han pasado muchos años,
me asusta pensar cuantos,
pero todavía sigo luchando por calentar la cama cada noche,
enfrentado contra el frío viento de occidente
que se cuela por resquicios que dejaste y que nunca pude ocupar,
porque la guerra nunca se me dio bien,
y mi madera de líder quebró el día en que me pediste que diera un paso,
pero mi valor solo me llevó hasta la primera trinchera.
Deambulo,
ese se ha convertido en mi verbo favorito,
con miedo de mirar a un lado o a otro,
porque siempre hay fantasmas acechando
detrás de cada puerta, o en tu forma cincelada en el sofá,
justo en el punto en el que tu mundo y el mío firmaban la tregua
en un terreno neutral que todavía conserva ese calor,
que emanaba de los besos que nos dimos,
de los abrazos, las caricias
y del amor.
Porque aunque no lo notes todo sigue vivo
concentrado en una nube,
que descarga su exceso de información en forma de sueños
en los que revives una realidad que ya no existe,
una realidad en la que sigues aquí, a mi lado,
y que se rompe con la crudeza del despertar y el olvido,
gozo para el cruel cerebro
que ordena a la imaginación rellenar lagunas que siempre estuvieron secas,
moldeando figuras inestables
a partir de fotografías que nunca nos tomamos,
viajes que nunca hicimos
y recuerdos de momentos que nunca existieron más allá de esta noche.
El final duele y las lágrimas asoman al abismo.
No tanto por el dolor sino por la impotencia de una memoria que quiebra,
que no separa lo real de lo imaginado,
que vuelve difuso un rostro que un día lo fue todo,
y que solo mantiene intacto en mi recuerdo el calor que ya no existe
y los sueños que ya no podré cumplir.



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