¿Apagamos la luz?

 

Me da miedo escribirte, porque eso sería decirte adiós.

Sería abrir la puerta a los recuerdos, hacer balance de todas las cosas buenas que hiciste, dejar que me abrazara de nuevo el rumor de tu voz y sentir el tacto de esas manos que solo sabían repartir caricias, bondad y amor.

Sería como abrir un viejo álbum de fotos que ya amarillean. En el que se diluyen las siluetas de aquellos que un día fueron, y sus nombres bailan con el tiempo al ritmo cruel de un segundero.

La hoja en blanco se reiría de mí, de mis lágrimas y del baile indeciso del bolígrafo entre mis dedos. Y cuando las palabras decidieran por fin fluir, te imaginaría leyéndolas y preguntando si lo que tienes en tus manos es prosa o simples versos.

Te pediría perdón por las veces que iba y terminé por no ir, por dejar para el día siguiente tantas llamadas, por esos momentos en los que dejaba de escuchar, y por cada ocasión en la que mi impaciencia te hacía caer derrotada.

Lo siento.

No te imaginas cuánto lo siento.

Por eso me da miedo escribirte, porque sé que nadie más que tú merece por fin descansar, aunque duela, aunque sea triste, y aunque sepa que escribir esas líneas sería admitir que ya nunca volverás.

Por todo eso no sé si llegaré a escribirte.

Para qué, si nunca harán falta palabras para poderte recordar. Simplemente nos miraremos unos a otros, a oscuras, echando en falta esa luz que siempre brilló, pero que finalmente se tuvo que apagar.

Descansa mi viejita, descansa y no nos olvides.

Para siempre.

Dedicado a todos aquellos que han perdido un ser querido en los últimos meses.

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