No hay brillo, no hay testigo
Decidimos que la luna fuera el único testigo,
que fuera su brillo el que diera vida a nuestras sombras.
Y cuando ambas se fundieron en una sola,
el viento gélido nos hizo abrir los ojos a la cruda realidad.
Esa en la que ambos sólo abrazamos el vacío,
en la que tus risas sólo llegan a mí en forma de lamentos,
y en la que, esa luna que tú y yo conocíamos, simplemente se esconde,
por miedo a ser declarada culpable de que lancemos al destino alguna promesa imposible.



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