Estrella amarilla


Naciste en un mundo en el que las estrellas decidieron abandonar el cielo.
Que saltaron al vacío por la idea loca de unos pocos,
empujadas por los gritos que, en boca de muchos, se convirtieron en himnos,
en proclamas que se cantaban alrededor de hogueras,
elevadas de tono por el dolor,
y con un ritmo al que solo la muerte era capaz de seguir.

Creciste con la tarea de cargar sobre tu pecho con seis puntas,
ardientes picos que cayeron sobre la Tierra,
heredando el peso de los pecados de la historia.
Diana amarilla que apuntaba directa a tu corazón,
apéndice de nombres que ocultabas,
de apellidos que delataban,
y de cuerpos que acabaron ejecutados por circuncisión.

Viviste atrapado entre muros que tapiaron el cielo,
ojos de vecinos que fingían no mirarte,
que arrugaban el ceño cuando, maloliente, te acercabas a la grieta y susurrabas,
¡Ayúdame!
Grito que acabó ahogado por el miedo,
por la certeza de que tu estrella te había condenado a un infierno,
del que solo podrías huir a cambio de sangre.

Moriste el instante en el que encontraste la guadaña al final de la vía.
Destino marcado por dedos de cuero y gritos de odio.
Fría noche en la que, por fin, pudiste mirar al cielo y comprobar
que la estrella más brillante seguía siendo la cosida a tu pecho.
Miradas de despedida en andenes paralelos que agotan las pocas lágrimas que todavía te quedan.
Y entonces llega el silencio.
Roto por el siseo que reactiva los miedos,
y amontona cuerpos desnudos luchando por una esperanza que huye,
hacia caminos en los que no te está permitido el acceso.

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