Oscura soledad


No hay luz en el camino,
sentimiento ciego que circunda un destino condenado.
Señales equívocas que hablan de metas no alcanzadas,
de ilusiones irreales
y de rostros que evocan momentos que no recuerdas.

Sonrisas extrañas que se transforman en muecas,
miradas vacías que no transmiten nada
abrazos que sienten en una sola dirección,
mientras lágrimas impotentes invocan nombres que ya no están,
y familias que solo son polvo que baila con la brisa.

Soledad recluida entre cuatro paredes blancas,
lienzo virgen que el tiempo limpia una y otra vez,
dejando únicamente una sombra que perdura
que se extiende como una nada contagiosa
que impregna todo con el hedor del dolor.

Pena permanente en las miradas.
Ojos que no saben como esquivar las conversaciones complicadas.
Mientras, el calendario continua perdiendo sus hojas,
registros de visita que palidecen
hasta que el blanco lo invade todo y una llamada toma el forzado relevo.

Pero eso tampoco dura.
Primero semanas que pasan a meses y que finalmente se convierten en obligadas felicitaciones.
Segunderos que marcan el ritmo de las palabras,
frialdad en lugar de preguntas,
y una cuenta atrás que llega a cero en el momento en el que la agenda te reclama.
O no lo hace, pero ellos acaban creyendo su propia mentira.

Pero en la oscuridad todo pierde su importancia.
Solo el cansancio provoca que tu mente se centre,
y que durante algunos minutos una luz de cordura te permita recordar la vida que vas a dejar.
El amor de aquellos que siempre estuvieron ahí,
las risas y los momentos que marcaron tu realidad,
y, sobre todo, su mirada.
La de aquella persona que lleno tu día a día,
con la que la Muerte provocó el comienzo de tu infierno.

Madrid / Julio 2018

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