Camina, solo camina
Los caminos se llenan de polvo... y de gente.
Caminos que no tenían la costumbre de ser transitados,
y que ahora, huraños, se tornan fríos, hostiles y peligrosos.
Camina y no llores.
Caminos en los que no se habla,
en los que los pies sufren en silencio mientras el alma grita de dolor por todo lo que se ha perdido
y por una esperanza que se diluye con el horizonte.
Camina y no sueñes.
Miles de ojos mirando al suelo y rezando al cielo,
miradas que pierden el brillo con cada metro que avanzan,
miradas de niños que no miran como niños, y de adultos que no pueden evitar que el miedo inunde las suyas.
Camina y despierta.
Solo queda seguir dando pasos que te alejan de la barbarie y de tu propia dignidad,
pasos que multiplican las alambradas y aumentan el volumen de los gritos,
gritos que no entiendes y que hieren el corazón casi tanto como una mirada de odio,
pasos que te permiten vivir, pero te condenan a una miseria que no pensabas que existía aquí, tan cerca del final del camino.
Camina y no mires atrás.
Camina porque cada paso que das te acerca al final,
pero no puedes evitar que lo que ves te asuste cada vez más
porque el camino no acaba nunca, solo se complica,
porque el dolor no desaparece, sino que aumenta,
porque los ojos de tu hijo han dejado de ser los ojos de un niño que sueña con las nubes,
y porque las balas no vuelan por encima de tu cabeza pero la injusticia te golpea cada día.
Camina, solo camina.



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